Trabajo Curatorial

Maitena. Las mujeres de mi vida


Genio femenino del humor, socióloga de la vida cotidiana, alta exponente de la historieta latinoamericana, pionera y madre de dibujantas. Son algunos de los títulos que le otorgaron los millones de lectores y lectoras.

Por primera vez, Maitena abre su archivo de más de tres décadas de trabajo explorando lo más gracioso de lo más tremendo. El resultado es una muestra tan gigante como hilarante que recorre sus grandes éxitos –Mujeres Alteradas, Superadas y Curvas peligrosas– y que además, revela un material secreto e íntimo: primeros trazos, piezas originales, bocetos, dibujos eróticos y sus luchas por diferentes causas y derechos. 

El título elegido, Las mujeres de mi vida, celebra la poligamia –¿o el poliamor?– de una artista que, sin haberse casado con un personaje de batalla, multiplicó en cientos de rostros, cuerpos y situaciones, las experiencias de todas. "Las mujeres no somos todas iguales, pero nos pasan las mismas cosas" dijo más de una vez para explicar la profunda conexión con su público. "Esas mismas cosas" constituyen un compendio del orden patriarcal desplegado en viñetas.

Imposible evitar, una alusión feminista y, al mismo tiempo, chistosa. Así es que podemos afirmar que el Centro Cultural Kirchner, asumiendo el reclamo de "un cuarto propio" que en el siglo pasado hacía Virginia Woolf, hoy le dedica todas las salas de este piso para que Maitena tenga lo que se merece: un 4to propio.


Urdapilleta y sus glorias


"A los 60, que es cuando me voy a morir o me van a matar, voy a tener 11", vaticinaba Alejandro Urdapilleta. Y así fue: luego de imaginar sus infinitas muertes –"con los ojos abiertos, bien drogado con poderosa morfina o víctima de una diarrea estival"– murió el 1 de diciembre de 2013, a pocos días de haber cumplido 63, siendo un niño malhablado; solitario, lleno de amigos y amigas; llegando al teatro hasta dormido y buscando desconsolado a su mamá.

A diez años de aquel día inmundo, esta muestra no es homenaje, sino el comienzo de una revancha pletórica. Uru escribía prácticamente todo lo que le pasaba por la cabeza y por las tripas en sus cuadernos Gloria y Rivadavia. También en agendas y en libretitas. Aquí se expone, por primera vez, una pequeña parte del archivo en construcción que promete ser infinito. Poemas, dibujos, listas de borrachos y enemigas, de libros y de amadas, proyectos para canciones, aforismos tachados y rescatados. En cartas de amor, guiones, ideas brillantes, ideas fallidas, tachaduras.

Fue Hitler y fue La Cañancha. Murió asesinado por Hamlet y vivió hasta volverse senil como Lear. Brilló cuál trizilla de oro falso junto con Batato Barea y Humberto Tortonese dándoles batallas una y otra vez en la postdictadura. El teatro es el único lugar de lo que Uru fue, se encuentra en estos papeles íntimos escritos entre la desdicha y el éxtasis.

Odiaba que lo definieran como actor, escritor o dramaturgo. Démosle el gusto. Llamémoslo como sus magias: capitana loca del mamarracho, resucitador del arte teatral moribundo, guerrero de la batalla parakultural, odiador serial del cliché. Digamos la verdad: un genio.